martes, 15 de octubre de 2013

EL POZO AMARGO, leyenda toledana


Acaba de ver la luz la quinta entrega de la revista literaria ABSOLEM. Este número está dedicado al sugerente y fascinante universo en que cohabitan Historia y Leyenda.
 
 
El pozo amargo, relato incluido en la misma, está inspirado en una antigua leyenda toledana. Con él he pretendido, por un lado, rendir homenaje al romanticismo becqueriano y, por otro, mostrar mi admiración por la instrumentista y cantante Ana Alcaide, gracias a la cual descubrí esta conmovedora historia, en una bellísima y homónima pieza musical que tuve la suerte de disfrutar, primero en directo, y más tarde en un precioso disco. A ella, a Ana Alcaide, quiero dedicar este cuento, pues fue su música, imbuida de lleno en el espíritu de la leyenda, la que inspiró esta versión.

 
 

 

 

viernes, 4 de octubre de 2013

HISTORIAS DEL OTRO LUGAR


¿En qué lugar habitan las quimeras? ¿Dónde acaba el sueño y empieza la vigilia? ¿Soñamos despiertos? ¿Vivimos presos de un letargo sensitivo? ¿Qué es, en realidad, la Realidad? ¿Por qué sentimos esa atracción irresistible hacia lo ignoto, hacia lo que palpita más allá? ¿Es sólo una cuestión de enfoque (tal vez distorsión perceptiva), o acaso hay algo más? ¿Existe una frontera, un cosmos diferente y a un tiempo cercano que no alcanzamos a entender, que se aleja por completo de las «leyes naturales»? ¿No perciben la mayor parte de animales con la fuerza del instinto, el mismo que el ser humano ha olvidado y que, como un atávico vestigio del pasado, nos deja muchas veces boquiabiertos? Si, como decía Arthur Machen, «nuestros sentidos superiores están embotados», ¿no deberíamos abrir la mente y regresar al territorio de los sueños perdidos, de la magia olvidada? ¿Qué hemos hecho con los niños que un día fuimos?

A veces, no obstante, las barreras se diluyen y ese espacio misterioso se hace más permeable; se produce entonces, como por arte de brujería, la impregnación de la fantasía en nuestro mundo material; es entonces cuando, desvalida la razón, podemos sentir la realidad del otro lado y su cohorte de criaturas y fenómenos extraños. Fenómenos que surgen normalmente en las regiones de la vida cotidiana, sencilla, doméstica, no importa el escenario ni la fecha temporal. Es el lugar que habita el miedo. La zona fronteriza que, visible o no, siempre está ahí, aguardando su momento como el predador que deja atrás su madriguera a la caída del sol.

Y es precisamente ese otro lugar, el espacio que corresponde a la ficción, donde el escritor José María Merino ha ubicado sus relatos a lo largo de más de veinte años de producción cuentística (y, también en gran medida, novelesca). Libros fascinantes como Cuentos del reino secreto (1982), Cuentos de los días raros (2004), El viajero perdido (1990) o Cuentos del barrio del refugio (1994), que la editorial Alfaguara reunió en un solo volumen bajo el título Historias del otro lugar (2010), verdadero regalo para los amantes de la literatura fantástica, edición revisada por el propio autor, sin duda, uno de los mejores cuentistas del panorama literario español del último medio siglo. Senda recorrida asimismo por paisanos suyos, escritores de la talla de Antonio Pereira o Luis Mateo Díez.

Académico de la Lengua Española (como Díez), Merino nos ofrece una prosa limpia, cuidada, soberbia, bellísima, y unas historias cuya lectura resulta tan deliciosa que casi se puede paladear. Enraizado en la tradición oral —las noches de filandón que aún perviven, casi como una reliquia, en el noroeste español—, embebido desde temprana edad por la lectura de Las mil y una noches y clásicos como Bécquer, Poe, y, sobre todo, Hoffmann —cuyo influjo tras leer El cascanueces y rey de los ratones, en palabras del autor, ha tenido una importancia decisiva en su extensa obra—. Más tarde, un sinfín de  autores (Lovecraft entre ellos) que fueron fecundando los mimbres imaginativos para conformar, con el tiempo, uno de los corpus narrativos más notables de nuestras letras —ya sea en el campo de la novela o del cuento breve—. Y ello (lo cual le honra especialmente), sin haber renunciado  (salvo un brevísimo periodo presionado por la ortodoxia imperante) a su pasión por el género fantástico, y que él mismo describe en estos términos:

«Ante la pertinacia realista que padecí en mi juventud, por designios muchas veces extraliterarios, me propuse, a mi aire, naturalizar lo fantástico en los ámbitos en mi experiencia vital y literaria».

Bajo el marco omnipresente de los bellos paisajes leoneses, Merino urde con esmero y maestría una realidad propia, singular, sustentada en la imaginación, pero también, o precisamente por ello, vívida, profunda y disfrutada. Ficción que, al insertarse en las rigideces de la vida cotidiana, cobra una dimensión más honda y cercana.

Cuentos en estado puro, entendidos como movimiento; movimiento que el relato ha de expresar en forma de tensión (dramática), del buen manejo del tiempo, o cierta culminación suya —arranque poderoso, golpe de efecto final, momento de gran energía—. En caso contrario, nos veríamos abocados al estatismo de un cuadro costumbrista, acaso a una prosa poética, pero no a la esencia misma que hace del cuento un género tan especial, condensada, como señala José María Merino, en estos cuatro principios esenciales: intensidad de conflicto, precisión de escenario, densidad e identificación del tiempo y la mayor brevedad posible. Sin olvidar otro aspecto no menos importante: la huella que la historia sea capaz de imprimir en el recuerdo del lector. Apunta Merino:

«Los cuentos que dejan su sombra en la memoria suelen ser los mejores»
 
 Algunos de ellos podrán hallarlos en esta joya literaria, en este libro de libros, en ese otro lugar.