sábado, 9 de junio de 2012

NOCHES LÚGUBRES


Acostumbrados como estamos a pensar que España sufre desde hace siglos un “retraso crónico” en todos los órdenes culturales —razones más que justificadas no faltan, desde luego—, llama poderosamente la atención que fuera aquí donde surgiera, de la pluma e ingenio de un soldado gaditano, la primera obra romántica europea, anticipándose varios años al Wérther de Goethe.

Noches Lúgubres (1771), de José de Cadalso y Vázquez es, además del libro que inaugura la literatura romántica del suicidio en toda Europa, el primer poema en prosa de la literatura española y, junto a las Cartas marruecas (1774) compone la obra maestra de Cadalso, uno de los escritores imprescindibles del siglo XVIII, el siglo dominado por la razón.

El propio Cadalso —hijo de la Ilustración— era consciente de la radical novedad literaria de las Noches lúgubres, y así, imaginó para ellas una edición con un diseño totalmente rompedor: “La impresión sería en papel negro con letras amarillas” (¿Habrá sido un influjo para las portadas de la colección gótica de la editorial Valdemar?).

Esbozado inicialmente tras la muerte de un amigo del poeta, el libro adoptó su forma definitiva ante la inesperada muerte del gran amor de Cadalso, la joven actriz María Ignacia Ibáñez. Vestir con ropas negras, amar la noche y abominar del sol, adoptar una actitud hondamente melancólica, despreciar la sociedad, alejarse del mundo o anhelar la muerte como dulce y último remedio a tanto pesar —elementos incluidos en la obra—, son valores que incluso hoy día, en pleno siglo XXI, siguen estando latentes, no sólo en el mundo del arte, sino también en la propia sociedad (en forma, por ejemplo, de “tribus” urbanas).

Del profundo y “siniestro” influjo que las Noches cadalsianas tuvieron con posterioridad a su aparición, hablan bien a las claras las 47 ediciones que alcanzó la publicación a lo largo del siglo XIX —baste citar los nombres de Larra y Bécquer—, y ello, a pesar de la censura inquisitorial que, en 1817 (el nefasto regreso del “deseado” Fernando VII recuperó el Santo Oficio abolido en Cádiz), tras una denuncia en Córdoba (ante el caso de un joven, ávido lector del libro, que amenazaba reiteradamente con suicidarse), condenó la obra por “contener muchas expresiones escandalosas, peligrosas e inductivas al suicidio, al desprecio de los padres y al odio general de todos los hombres”.

Y es que José de Cadalso, digno heredero de Quevedo, no dejaba títere con cabeza en sus escritos. Su visión crítica de la humanidad no puede ser más caústica y demoledora, más satírica y apabullante. De sus páginas emana siempre un humor corrosivo, inteligentísimo y punzante. Escritor de máscara jocosa y carácter tétrico, soldado “medio filósofo” (como él mismo se definía), comparte con Espronceda la frase —esclarecedora— de este último: “mi propia pena con mi risa insulto”. Reflejo de esta profunda aflicción vital, huérfano ante el universo (ausente Dios, solitario, desvalido en medio de una sociedad falsa e hipócrita), no es de extrañar que Tediato, el abatido héroe de las Noches, exclame en mitad de la espesa negrura:

“¡Bienvenida seas, noche, madre de delitos, destructora de hermosura, imagen del caos del que venimos! Duplica tus horrores; mientras más densas, más gratas me serán tus tinieblas. Las tinieblas son mi alimento.”

La clave para comprender este tormento interior de Cadalso está, como no podía ser de otra forma, en las circunstancias que, desde la propia cuna, marcaron su vida, y que, por su carácter folletinesco, darían para una gran novela. Huérfano de madre a los dos años, con un padre acaudalado comerciante siempre ausente por negocios (al cual conoció a la edad de 13 años), marcaron a Cadalso dos aspectos extremos: lujoso bienestar material y ausencia de apoyo afectivo. Pepe —como también gustaba llamarse— trataría de compensar más adelante esta carencia afectiva buscando, aquí y allá, amigos fraternales. Acogido en casa de un abuelo materno, sería un tío suyo (profesor jesuita en Cádiz) el encargado de persuadir a su padre para que enviara al chico a estudiar con los jesuitas franceses. Es así como, con 9 años, inicia Cadalso su periplo europeo; primero como escolar en París; después en Londres donde pasa una larga temporada. Más tarde, su padre le “ordena” regresar a España. Este retorno supuso un verdadero impacto para el joven poeta: “Entré en un país que era totalmente extraño para mí, aunque era mi patria. Lengua, costumbres, traje: todo era nuevo para un muchacho que había salido de niño de España y volvía a ella con todo el desenfreno de un francés y toda la aspereza de un inglés”.

La nula estima del padre de Cadalso hacia los jesuitas y las dudas sobre la futura profesión de su hijo —militar o sacerdote—, decidieron al padre de Cadalso a “sacarlo” de Madrid y enviarlo, nuevamente, fuera de España. Este peregrinaje llevará al muchacho por Italia, Alemania, Inglaterra, Bélgica y Holanda. Con la muerte de su padre, llegó también la ruina económica. Y así, Cadalso optará por la carrera de las armas, ingresando en el Regimiento de Caballería de Borbón como cadete, unidad en la que, poco antes de su muerte (le estalló una granada defendiendo Gibraltar en 1782), llegaría a rango de Coronel.

Crítico implacable, cosmopolita, políglota, satírico, sensible, patriota, extraño del mundo y de los hombres, José de Cadalso encarna en sí mismo el personaje de Tediato—romántico protagonista de las Noches lúgubres—. Justo es reivindicar su figura humana y literaria; un regalo, deleitarse con su talento.