sábado, 21 de enero de 2012

ZOTHIQUE, EL LEGADO (II)

Además de una fabulosa legión de divinidades, Clark Ashton Smith (1893-1961) introdujo en el universo de Zothique, el último continente, una serie de elementos y personajes que, vistos con perspectiva, resultan sumamente atractivos e interesantes. Sirvan como ejemplo los siguientes:

El espejo del mago ermitaño Sabmon
(que prefigura el “palantir” de Saruman en El Señor de los Anillos, de J.R.R. Tolkien).

• Nioth Korgai
(ser de origen extraterrestre que ejemplifica —con un delicioso tono sugerente— las características más espantosas de los mejores Mitos de Cthulhu).

• Los Corceles de Thamogorgos (sirven al señor del abismo)

• La Muerte de Plata
(gélida y espectral, una peste contagiosa que bien pudiera ser una especie de homenaje a La muerte roja de Edgar Allan Poe).

• Los antiguos dioses de Hyperborea
(referencia a otra de sus asombrosas creaciones).

Este espléndido conjunto literario conforma, en suma, una de las mitologías de fantasía, terror y ciencia ficción más bellas que se hayan escrito.

Pero más allá de esta excelente mezcolanza, para comprender el calado de la obra de Clark Ashton Smith, conviene echar un vistazo a su biografía, la vida de un artista en el sentido más amplio de la palabra.

Destacado poeta a muy temprana edad (alabado por la crítica especializada del momento que llegó a compararlo con Yeats y Byron), excelente escultor (qué no se pagaría hoy por sus criaturas inspiradas en los mitos lovecraftianos), pintor y escritor de fantasía y terror, cultivó numerosas facetas del arte, aunando siempre buen oficio, talento y sensibilidad.

Como Lovecraft, Smith fue un recluso introvertido, un solitario alejado de convencionalismos, de modas y con escaso interés por los bienes materiales, como muestra esta frase extraída de una carta fechada en 1912: “Ese animal de miras únicamente económicas que es la Masa”.
Abandonó el colegio con 14 años, en parte para ayudar a sus padres en su granja (adquirida en Auburn, Long Valley, California, y que, dado lo rocoso del terreno, apenas daba para subsistir), y en parte porque no soportaba hallarse entre mucha gente —odiaba el bullicio del colegio—. Fue, por tanto, un autodidacta (al igual que Robert Howard y el propio Lovecraft). Lector voraz, comienza a escribir en sus ratos libres al tiempo que trabaja en la granja. Sorprende su extraordinario manejo del inglés, pero además de su lengua materna, dominaba también el francés —traducía a Baudelaire— y era capaz de escribir versos en español.

Entre 1907 y 1910 inicia su andadura literaria escribiendo fantasías de corte oriental, así como una novela (la única), que nunca vio la luz, y de la que se conserva el manuscrito original, prácticamente ilegible. De hecho, esta primera etapa ha sido bautizada por sus historiadores como periodo de las “noches árabes”.

Los siguientes veinte años se dedicó a escribir poesía, aprendiendo al mismo tiempo a esculpir y dibujar. En 1912 publica su primer libro de poemas y la repercusión de éste será inmediata, cosechando muy buenas críticas. Hasta tal punto fue así que el Consejo de Educación decidió colocar su poemario en todas las bibliotecas del país.

En 1918 publica su segunda colección de poemas, un tanto más floja. En ese momento su salud empieza a resentirse: su familia apenas tiene para alimentarse y ha de hacer frente a la hipoteca de su propiedad. Smith trabaja en otras granjas adyacentes a la suya a cambio de un salario “de esclavo”, como él mismo decía.

Entre 1923 y 1925, edita por su cuenta dos pequeñas colecciones de poemas y, tras cinco años publicando poesía en Weird Tales, se ve preparado para enviar a Farnsworth Wrigh (el redactor jefe) una selección de relatos cortos. En 1928, con 35 años, se publica su primer cuento, The Ninth Skeleton (primero de los 65 que aparecieron durante su carrera en la revista).

Mecenas y adinerados paliaron en parte su precaria situación, si bien es cierto que Smith carecía de ambiciones y gustaba, pese a todo, de una vida plácida.

A principios de 1929 comienza a cartearse con otros miembros del selecto grupo de escritores de Weird Tales como August Derleth, E.Hoffman Price, Henry Kuttner y, sobretodo, H.P. Lovecraft, con quien mantuvo ocho años de amistad epistolar, forjando una relación intensa de mutua y afectuosa admiración. Es a partir de esta época, y hasta 1935, cuando llega su periodo más creativo y productivo, ideando sus tres grandes universos: Zothique, Hyperborea y Averoigne.

Precisamente, E. Hoffman Price, que conoció en persona a Smith y lo visitó con frecuencia en su granja, escribió acerca de él:

“Cavaba pozos. Trabajaba en los huertos que florecían en las laderas de Auburn. Aserraba y cortaba maderos. Usaba sus manos con lo que tuviera más cerca, y era capaz de escribir como quisiera y lo que quisiera sin importarle los editores o lo lectores a los que no les gustaba su obra. Clark jamás envidió la fama ni quiso ser un escritor profesional”.

martes, 3 de enero de 2012

ZOTHIQUE, EL LEGADO (I)

Entre 1928 y 1939, una fabulosa generación de escritores cambió por completo la anclada literatura fantástica de principios del siglo XX, dotando al género de un impulso tan vigorizante y decisivo que, pese a atibajos posteriores, nunca volvería a ser el mismo. Un legado mágico que sigue vivo hoy día, latente, fuente inagotable de inspiración para novelistas y cineastas del siglo XXI.
Aquellos fueron los años dorados para la revista norteamericana Weird Tales que, de la mano del entonces redactor jefe Farnsworth Wrigh (y pese a sus caprichosas exigencias), apostó decididamente por un nuevo tipo de cuentos y autores. De este modo, poco a poco, se produjo una transformación completa del relato fantástico que cristalizaría a posteriori (como ocurre casi siempre), pues la actual veneración que sienten los coleccionistas de esta publicación, dista mucho de la tibia acogida en su época.



Entre aquél ilustre grupo de escritores cuyos relatos contribuyeron a cimentar el mito presente, se hallaba el trío —más tarde conocido como “los tres mosqueteros de Weird Tales”— integrado por H. P. Lovecraft, R. E. Howard y C. A. Smith, nada menos. Tres figuras emblemáticas, artífices de la mejor literatura sobrenatural, no sólo del pasado siglo XX, sino, con toda certeza, de todos los tiempos.



Cada uno de ellos, fiel a su estilo, ejemplifica una peculiar forma de entender la literatura y, en general, del oficio de escribir. Cada uno de ellos creó por separado mitologías o ciclos fantásticos, los cuales, indefectiblemente, acabaron convergiendo y entretejiéndose a la perfección (como el caso de los Mitos de Cthulhu).



Sin embargo, más allá del gusto personal, del número de seguidores o la cantidad de obras producidas, lo que sí parece evidente (al menos en España) es que, tanto la fuerza arrolladora y creativa de Howard, como el indiscutible papel de gran maestro del horror atribuido a Lovecraft, han relegado a Clark Ashton Smith a un segundo plano. Tampoco ha ayudado en demasía que las ediciones en castellano de sus libros más importantes (publicados hace más de 30 años por EDAF) resulten dificilísimos de adquirir.



Algunos de sus mejores relatos (de los 65 que publicó en Weird Tales), no obstante, pueden hallarse en diversas antologías como:



- El retorno del brujo y Ubbo-Sathla, Cthulhu, una celebración de los mitos (Valdemar gótica, 2001).
- Estirpe de la cripta, Los mitos de Cthulhu (Alianza editorial, 1969).
- La Venus de Azombeii, Weird Tales (1923-1932), (La biblioteca del laberinto, 2006).



Tras años de ansiosa espera, al fin disponemos de un cuidado volumen de Zothique, el último continente publicado por Valdemar en su colección gótica.



Dieciséis relatos se ambientan en el mundo de Zothique, concebido por Smith como el último continente de una Tierra envejecida, apenas calentada por un sol moribundo; un universo temible, caduco, oscuro, misterioso y salvaje, en que los prohibidos saberes ancestrales —la magia y la brujería— resurgen con más fuerza que nunca. Un cosmos poblado por extrañas criaturas, nigromantes, aventureros errantes, o reyes cuyo hastío y depravación no conocen límite.
Zothique es un prodigioso derroche de talento, imaginación y calidad literaria que supera incluso (en mi opinión) a Howard y Lovecraft en muchos de sus impresionantes pasajes.
La mejor espada y brujería (arqueros, lanceros, magos, demonios, doncellas, nigromantes, astrólogos) se combina admirablemente con una variada legión de seres: mitológicos, como las lamias, clásicos, como momias o vampiros, híbridos, como los Ghoris del desierto, o animales con facultades antropoides, como los pájaros de Ornava.



Pero quizá sea el fabuloso panteón de deidades ideado por el californiano a lo largo de la serie, su aportación más asombrosa y extraordinaria. Enumero, a modo de ejemplo, algunos de ellos—sobrecogedores protagonistas de algunos relatos—, pues ilustran a la perfección la magistral visión de este maestro de la fantasía y el terror:



-Vergama, enigmática deidad que escribe el destino de la humanidad.


-Mordiggian, el dios-demonio carroñero, el invisible devorador de muertos.
-Alila, reina de la perdición y diosa de todas las iniquidades.
-Yuckla, el pequeño y grotesco dios de la risa.
-Thasaidon, señor de los inframundos insondables, el negro dios del mal.